Recientemente el economista liberal Juan Ramón Rallo ha publicado otro libro para arremeter contra la Teoría Monetaria Moderna (TMM). Yo, que creo muy necesario que la TMM sea ampliamente difundida y explicada porque ofrece poderosas herramientas analíticas para la izquierda, no puedo sino agradecer este nuevo y nada desdeñable empuje publicitario que Rallo le ha brindado porque, aunque sea desde una perspectiva contraria a ella, ofrece la posibilidad de que muchas personas que jamás habían escuchado nada de la TMM acaben conociendo en qué consiste (que no es poca cosa). Además, llama mucho la atención que este conocido economista liberal haya escrito ya su segundo libro en contra de una perspectiva teórica que apenas es conocida (desgraciadamente) en España; lo que creo que evidencia el temor que existe por parte de la derecha económica a que la TMM pueda cobrar importancia en los años venideros. Parecería que existe interés en ponerle palos en las ruedas al vehículo de la TMM para que cuando arranque no pueda avanzar, pero la jugada les puede salir mal porque este movimiento está atrayendo la atención de muchas personas que, tras conocer el vehículo, podrían verse fascinados por él y por lo tanto animados a empujarlo.
Es de agradecer que el libro en general esté redactado con mucho cuidado y rigor a la hora de explicar en qué consiste la TMM. Afortunadamente su autor ha leído bastante sobre el tema y respeta sus planteamientos (de no ser así nunca hubiese dedicado tiempo y esfuerzo a escribir dos libros al respecto), a diferencia de muchos otros economistas que se dedican a ridiculizar la TMM porque se han quedado en la epidermis del asunto y no han comprendido (o no han querido comprender) en qué consiste exactamente este marco analítico. Eso sí, Rallo mete bastante la pata en la portada del libro y en la utilización recurrente del verbo “imprimir” para referirse a la creación de dinero: en la portada aparece un helicóptero distribuyendo billetes y eso no es en absoluto lo que se puede desprender de la TMM (de hecho corresponde a un ejemplo del economista monetarista Milton Friedman), y hablar de impresión cuando se estima que el 97% de todo el dinero que existe en el mundo no es físico (no son monedas ni billetes sino anotaciones electrónicas en cuentas bancarias) es cuanto menos una grave incorrección que probablemente no sea azarosa[1].
En este artículo más que desarrollar una crítica extensa y completa al citado libro (ya tuve ocasión recientemente de extenderme sobre ello –aunque no tanto como me hubiese gustado- en el acto de presentación del mismo) me centraré en la argumentación central que utiliza Rallo en todo su trabajo y también en lo débil que resulta para criticar la TMM.
Rallo acepta las tesis fundamentales de la TMM: un Estado con soberanía monetaria (capaz de emitir la moneda que utiliza) puede crear dinero sin necesidad de haberlo recaudado antes; y que esa creación de dinero no tiene por qué provocar inflación. No es moco de pavo: ojalá muchos otros críticos con la TMM hubiesen llegado al menos a esta etapa de reconocimiento (que por cierto no es más que constatar lo evidente). Lo que ocurre es que él le da la vuelta a la tortilla con rebuscados argumentos y acaba llegando por otros caminos a prácticamente las mismas conclusiones convencionales: “es necesario recaudar dinero para gastar” y “la creación de dinero provoca inflación”. Me explico.
La estructura argumental de Rallo adopta la forma de una pirámide invertida: toda la exposición del libro gira en torno a un argumento central sobre el que se construye el resto de argumentos, que acaban dependiendo de él (la única excepción se encuentra en el primer capítulo, donde se aborda el origen del dinero). Este argumento central es el siguiente: el valor de la moneda que crea el Estado depende de la confianza que tenga la gente en la capacidad de ese Estado a la hora de recaudar impuestos futuros. Es decir, si la gente cree que el Estado será capaz de recaudar suficientes impuestos en el futuro, confiarán en la moneda que crea y por lo tanto su valor será estable (no habrá inflación); e inversamente, si la gente cree que el Estado no será capaz de recaudar suficientes impuestos en el futuro, no confiarán en la moneda que crea y por lo tanto su valor caerá (habrá inflación). Como se puede comprobar, Rallo reduce la problemática a una cuestión de expectativas: que la creación de dinero por parte de un Estado provoque inflación o no depende de la confianza que tenga la gente en que ese Estado termine recaudando suficientes impuestos en un futuro. En otras palabras, Rallo le da la vuelta al orden cronológico de la dinámica fiscal: según él, el Estado puede gastar antes de recaudar, pero necesariamente en algún momento posterior tiene que recaudar aproximadamente la misma cantidad de dinero que creó, o de lo contrario la gente dejará de confiar en el valor de la moneda. Esto supone que, para que no haya inflación, a largo plazo tiene que haber equilibrio presupuestario: el Estado tiene que recaudar aproximadamente la misma cantidad de dinero que creó en su momento.
Insisto en que ése es el argumento central de todo el libro, porque el resto de la exposición gira en torno a él. Ofrezco ejemplos: un Estado puede caer en la quiebra porque si crea mucho dinero la gente no confiará en su capacidad de recaudarlo en el futuro y eso hará que nadie acepte la moneda del Estado, cayendo así en la quiebra; el déficit público no es igual al superávit privado porque si un Estado se excede con el déficit la gente no creerá que luego sea capaz de recaudar suficientes impuestos para absorber ese exceso de dinero, por lo que la elevada inflación hará que riqueza financiera del sector privado no valga nada o casi nada; no se puede llegar al pleno empleo con estabilidad de precios a través de Trabajo Garantizado porque al intentarlo la gente desconfiaría de la capacidad del Estado para recaudar suficientes impuestos en el futuro; etc. Todo, absolutamente todo, basado en las expectativas. Eso sí, en las expectativas que Rallo imagina, claro, porque no hay forma de conocer ni de prever las creencias de las personas que integran una sociedad. Y curiosamente la imaginación de Rallo le conduce siempre al mismo resultado: si el Estado crea más dinero de lo que terminará recaudando, habrá mucha inflación y todo será insostenible. Así es como Rallo se inventa un argumento no contrastable para sortear la solidez de las tesis de la TMM y llegar con su atajo a las mismas conclusiones convencionales de siempre.
Pero basta con desmontar ese argumento central para que toda su exposición se descomponga, y en absoluto es difícil hacerlo: el valor de la moneda no tiene nada que ver con la creencia de la gente en relación a la capacidad de recaudación futura del Estado. Creo que la intuición ya nos dice mucho al respecto utilizando un ejemplo evidente: el dólar es la moneda más sólida del mundo desde hace ya muchas décadas y a nadie se le ocurre pensar que es porque la gente confía en la capacidad del Tesoro de Estados Unidos de recaudar dinero en el futuro (¡y más aún cuando llevan tantas décadas en déficit público permanente y así se prevé que siga siendo!).
También podemos llegar a la misma conclusión desde otra perspectiva. Imaginemos que el padre de dos hijos entrega un vale a cada uno de ellos cada vez que estudian una hora, y que esos vales pueden ser utilizados para diversos entretenimientos (jugar al fútbol, a la videoconsola, ver una película, etc), volviendo de nuevo a las manos del padre una vez han consumido su tiempo de ocio. Los vales funcionarían así como el dinero que necesitan los hijos para divertirse y que se tienen que ganar estudiando. Como los vales sólo los puede crear el padre, éste goza de soberanía monetaria. Así las cosas, según la tesis de Rallo el valor de esos vales dependería de la confianza que tengan los hijos en la capacidad del padre de recaudar los vales en el futuro. A la vista está que eso no tiene ningún sentido. En realidad, los vales serán útiles siempre que se mantenga el compromiso de poder utilizarlos para poder divertirse, y eso en última instancia depende de la confianza que tengan en su padre, de si es capaz de cumplir su palabra o no. Mientras se mantenga ese compromiso el padre no necesitará recaudar en el futuro los vales que él mismo crea sin ningún tipo de esfuerzo, ni lograr que sus hijos crean que lo podrá hacer. Todos los vales creados no tienen por qué volver a las manos del padre, ni a corto ni a largo plazo. Mientras les sean útiles a los hijos, estos los seguirán utilizando.
Lo mismo ocurre con la moneda de los Estados: su valor dependerá de la confianza que tenga la gente en que esa moneda sirva para realizar transacciones económicas, atesorar riqueza y saldar deudas. Mientras sea útil, la gente utilizará la moneda con normalidad; cuando no lo sea tanto, la gente reducirá el valor que le otorga (y habrá inflación). Y que sea útil la moneda no tiene nada que ver con la confianza de la gente en la capacidad del Estado de recaudarla en el futuro. Tiene que ver con el poder institucional, social, cultural, económico, militar, etc, del Estado emisor de la moneda. Si el Estado es poderoso, sólido y opulento, la gente confiará en su capacidad para lograr que su moneda sea útil, y al contrario. Por eso la moneda más sólida de todas es creada por el Estado más poderoso del planeta, y por eso las monedas más débiles corresponden a Estados fallidos, subdesarrollados o gravemente afectados por una crisis.
¿Alguien cree que el panadero del barrio utiliza euros porque confía en que el Estado español, que es deficitario, va a ser capaz de recaudar dinero en un futuro? Es absurdo. Ese panadero utiliza euros porque le sirve para comprar todos los recursos que necesita para desarrollar su actividad, y ese dinero sirve porque el Estado pone todo su empeño (utilizando herramientas fiscales[2] y monetarias, difundiendo mensajes, transmitiendo credibilidad, fortaleciendo sus instituciones y estructura productiva, etc) en que así sea. La confianza que tenga la gente en la capacidad de recaudar impuestos en el futuro no juega ningún papel en todo esto. El Estado puede estar eternamente en déficit público y el panadero puede perfectamente seguir utilizando el dinero sin perder confianza en su valor (es, precisamente, lo que ocurre con la inmensa mayoría de países del planeta) siempre que el Estado siga demostrando que su moneda seguirá siendo útil.
Por lo tanto podríamos decir que sí, que el valor de una moneda depende de las expectativas, pero no de las que habla Rallo (expectativas en que un Estado pueda recaudar impuestos en el futuro) sino de las referidas a que un Estado va a ser capaz de seguir logrando que la moneda en cuestión siga sirviendo. Así de sencillo.
También se puede desmontar el argumento de Rallo recurriendo a uno de los planteamientos más importantes de la TMM[3]: los balances sectoriales. Cada transacción económica tiene dos partes: la que gasta y la que ingresa. No se puede gastar sin que alguien esté ingresando. Teniendo esto en cuenta, si agrupamos todos los agentes económicos en únicamente dos sectores, uno privado y otro público, para que uno de ellos ingrese es necesario que el otro gaste. Por lo tanto, para que el sector privado tenga superávit es necesario que el sector público tenga déficit. No puede ocurrir de otra forma. Y como el sector privado es ahorrador por naturaleza (para soportar gastos imprevistos en el futuro, para afrontar una vejez adecuadamente, para invertir años más tarde, etc), lo normal y habitual es que el sector público tenga déficit. No por casualidad esto es precisamente lo que ocurre siempre en la inmensa mayoría de los países del mundo[4], sin que por ello se tenga que poner en riesgo el valor de la moneda en cuestión.
Y una vez desmontado el argumento central de Rallo, el resto de su exposición cae por su propio peso. Puesto que un Estado con soberanía monetaria puede estar indefinidamente en déficit público sin que su moneda pierda valor (porque ello no depende de la confianza de la gente en que el Estado pueda recaudar impuestos sino en que el Estado asegure que la moneda tiene utilidad gracias a su poderío económico, institucional, cultura, militar, etc): sí puede evitar la quiebra siempre que se lo proponga, su déficit público sí incrementa la riqueza financiera privada, y sí puede alcanzar el pleno empleo sin provocar inflación.
[1] Hablar de impresión en vez de creación de dinero es un recurso perverso muy utilizado por determinados economistas que buscan con ello evocar terribles episodios de hiperinflación (todo el mundo tiene en la cabeza alguna imagen de individuos cargando fajos de billetes para comprar productos básicos).
[2] De hecho, la existencia de un sistema impositivo (uno de los símbolos del poder estatal) es crucial para otorgar valor a la moneda, como bien se señala desde la TMM, ya que impone a los ciudadanos la obligación de obtener dinero para poder pagar impuestos bajo pena de sanción.
[3] Y que desarrollo aquí http://eduardogarzon.net/un-euro-de-deficit-publico-es-un-euro-que-incrementa-el-ahorro-privado/
y aquí http://eduardogarzon.net/el-deficit-publico-es-necesario-para-que-las-familias-y-empresas-puedan-ahorrar/
[4] De 186 economías, sólo 25 registraron superávit en 2016 (la inmensa mayoría son paraísos fiscales o potencias exportadoras).
Hola buenas tardes.
«el valor de la moneda no tiene nada que ver con la creencia de la gente en relación a la capacidad de recaudación futura del Estado.»
«Por lo tanto podríamos decir que sí, que el valor de una moneda depende de las expectativas [..] referidas a que un Estado va a ser capaz de seguir logrando que la moneda en cuestión siga sirviendo. Así de sencillo.»
En primer lugar se confunde «creencia» con «expectativas». En segundo lugar, lo que los ciudadanos perciben no son «expectativas» de futuras recaudaciones gubernamentales (los ciudadanos no saben cómo funciona un sistema económico), sino en una falta de confianza en que el Estado seguirá (o no) manteniendo un valor de la moneda razonable para poder ser usado para ahorrar y/o consumir.
«[..] el Estado pone todo su empeño (utilizando herramientas fiscales[2] y monetarias, difundiendo mensajes, transmitiendo credibilidad, fortaleciendo sus instituciones y estructura productiva, etc) en que así sea»
El Estado puede poner todo su empeño, que si el ritmo es de déficit presupuestario (cada año se gasta más de lo que se recauda), y la deuda pública aumenta muy por encima de la capacidad de repago, la demanda de activos de deuda pública caerán, y por tanto, comenzará la inflación. Es una transmisión muy fácil de entender, y está muy documentada por la literatura económica.
Un estado que tiene soberania monetaria, o sea que emite su propia moneda, nunca puede encontrarse en una situacion en la que no pueda pagar la deuda publica emitida en su propia moneda. En realidad ni siquiera necesita emitir deuda. Es una perogrullada, pero parece que muy dificil de asumir.
Esa transmision tan facil de entender y tan documentada es simplemente falsa para paises que emiten deuda en su propia moneda.
“En primer lugar se confunde «creencia» con «expectativas».”
En absoluto. No todas las creencias son expectativas, pero todas las expectativas son creencias. Las expectativas dejan de serlo cuando se contrastan, y mientras no sea el caso, podrán ser más o menos fundadas o informadas, peero siguen siendo creencias sobre el futuro.
“lo que los ciudadanos perciben no son «expectativas» de futuras recaudaciones gubernamentales (los ciudadanos no saben cómo funciona un sistema económico), sino en una falta de confianza en que el Estado seguirá (o no) manteniendo un valor de la moneda razonable.”
No me parece que haya diferencia. Decir que tienes confianza o falta de ella sobre el futuro en clave económica, sea ésta más específica o no en los detalles, es lo mismo que señalar que tienes unas expectativas u otras al respecto. Y desde luego, no hace falta tener un conocimiento amplio sobre el sistema económico para disponer de expectativas al respecto de éste, como no hace falta conocer un sistema político para tener expectativas sobre la deriva de la próxima legislatura de éste. Los seres humanos estamos habituados a tener creencias y opiniones sobre asuntos de los que no tenemos ni idea, y es normal: ni los mejores economistas tienen toda la información posible sobre el mundo económico, ya que ésta es muy heterogénea. De hecho, tienden a saber muy poco sobre ecología, ciencia que es fundamental para la pervivencia de los sistemas económicos y para entender la geoestrategia mundial.
“El Estado puede poner todo su empeño, que si el ritmo es de déficit presupuestario (cada año se gasta más de lo que se recauda), y la deuda pública aumenta muy por encima de la capacidad de repago, la demanda de activos de deuda pública caerán, y por tanto, comenzará la inflación.”
El ritmo del déficit presupuestario no es ajeno a las políticas económicas de los Estados. De lo contrario, no influirían nada los recortes presupuestarios o los gastos añadidos año a año de las instituciones. La inflación es una subida generalizada y del precio de los bienes, y no tiene por qué darse porque la demanda de activos de deuda caiga. Es más probable, de hecho, que se dé por malas políticas cambiarias, o por subidas fuertes del precio del petróleo, como en los 70.
En todo caso, hay varios países que llevan en torno a una década aumentando su deuda pública de manera acuciante, como EEUU, y su inflación no se ha disparado por eso. Ni siquiera en los primeros años de la crisis de este país la inflación subió de manera muy notoria ni peligrosa, y hablamos de cuando la deuda pública subió brutalmente en muy poco tiempo y el déficit alcanzó máximos históricos.
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Buenos días
Empezare reconociendo que no me gusta ninguna de los dos puntos de vista. Aunque opino que la razón por la que se emplea el dinero la confianza, pero no es importante para el desarrollo.
Empezare por el punto de vista de Fiedman. El helicóptero lanzaba el dinero sobre una economía con una cantidad de bienes fijas. Al aumentar la cantidad de dinero se paga más porción de dinero por el mismo bien inflación. Pero da por supuesto dos cosas: que la gente no quiere ahorra, ni que aumentara la cantidad de bienes. En principio sería un desajuste entre la cantidad de bienes y de dinero, oferta y demanda. Pero si tomamos la teoría de German Bernacer existen dos flujos una a la economía real y otro a la financiera.
Mediante este mecanismo se puede explicar la inflación de los 70 y 80, la gran moderación y el amago de deflación después de la crisis.
– La primera etapa con Nixón, yo diría antes, el dinero crece más deprisa que la producción, inflación. Llegan Thatcher Y Reagan los bancos centrales elevan los tipos de interés y la inflación se controla. Pero lo que realmente controló la inflación fue la liberación de la finanzas. El dinero que inundaba la economía real se dirigió a la financiera donde se produjo la «inflación» mientras se normalizaba la real.
-Así llegamos a la gran moderación crecimiento sin inflación. Se produce el equilibrio justo. Pero no es por arte de magia parte del dinero que sale de la economía real vuelve en forma de crédito.
– Después llega la crisis y la amenaza de deflación ya no hay créditos que mantengan el nivel. Los bancos centrales tiene que bombear billones para mantener el nivel en la economía real mientras sigue la hemorragia hacia la financiera.
https://www.youtube.com/watch?v=s7ZCJl7Zde0